Los alumnos de 3º de ESO han trabajado este curso, dentro de la programación de Literatura, el libro El Lazarillo de Tormes, fruto de su esfuerzo y dedicación son los siguientes trabajos.
Como colofón de una serie de actividades los alumnos debían inventar una nueva aventura que tuviese como protagonista al joven Lázaro y a su amo, el ciego. Debían asumir el rol del protagonista y hablar como él, respetando su estilo.
LAZARILLO
DE TORMES. NUEVOS EPISODIOS.
Estando
yo un día con mi amo, el ciego, paseando por las calles de
Salamanca, mi amo se dirigió a la plaza donde vendían pan y otros
alimentos. Allí compró dos mendrugos de pan y una jarra de vino,
pensando yo que también eran para mí. Pero cuando llegamos a la
casa viendo yo cómo el ciego se comía un mendrugo de pan con un
vaso de vino , y el otro mendrugo de pan lo guardaba; dime cuenta en
ese instante que el pan no era para mí, pero claro yo tenía mucha
hambre. Por ello, le contaré a vuestra Merced la treta que ingenié:
cuando mi amo estaba durmiendo levantéme yo de la cama para coger el
pan, como no lo podía alcanzar me hice con un taburete; estando yo
subido en el taburete este se rompió y con tanto ruido mi amo se
levantó. Tanteándome tirado en el suelo cogióme de la oreja y me
sacó a dormir a la calle. Y díjome:
-¡Oh,
lacerado de mí, en que mal momento te acogí, muchacho!
Quedéme
yo asustado y malherido. Cuando a mi amo se le pasó el enfado salió
a la calle y díjome:
-Anda,
Lázaro, entra y cómete ese mendrugo de pan, pero de aquí en
adelante ándate con más cuidado.
Cogíme
yo el pan a mucha prisa y sin que se me cayera una miga, puesto que
llevaba un día entero sin comer. Esa noche dormí muy a gusto y di
gracias al cielo porque en esta ocasión me había librado del
castigo.
Al
día siguiente mi amo y yo fuimos a la Universidad a pedir limosna.
Estando allí, llegó un hombre de buena apariencia y nos contó la
historia de la rana en la fachada de la Universidad, que quien la
viera le traería suerte. Yo me ilusioné, porque pensé que si la
veía podría cambiar mi suerte. Pero quise vengarme del ciego y
empecé a burlarme de él diciendo:
-¡Tú
nunca la podrás ver, pero yo sí, y tu suerte nunca cambiará! -dije
riéndome satisfecho.
Toda
la gente que había alrededor empezó a reírse de mi ocurrencia.
Cuando
llegamos a la casa el ciego molestóse conmigo y diome una brutal
paliza .Yo quedé muy malherido pero aun así levantéme temprano y
fui a buscar a la rana. Pasé casi mediodía para ver si la
encontraba, pero a los desdichados rara vez nos sonríe la fortuna.
De
camino a casa pasé por el Convento de las Dueñas y vi como entraban
unos sacerdotes con fardeles, que al parecer estaban llenos de
comida. Yo, puesto que llevaba varios días sin probar bocado,
decidí entrar. Cuando estaba dentro vi cómo unas monjas guardaban
los alimentos en una pequeña despensa. Después, cuando la cocina se
quedó sola, entré en la despensa y cogí todo lo que pude. Salíme
corriendo hasta que llegué a la casa y asegúrome de que mi amo no
estaba y escondí la comida debajo de mi cama. Llegada la noche,
mientras el ciego estaba durmiendo, yo aprovechaba para comer algo.
La comida me duró solamente un par de días porque era tanto el
hambre que tenía que comía sin parar y nunca me cansaba.
A
la mañana siguiente, cuando me desperté , salí corriendo en busca
de la rana. Busqué y busqué, pero no encontré nada , ya agotado
decidí irme a casa. Mi amo me dijo que me preparase porque íbamos a
pasar todo el día en la casa de las conchas pidiendo limosna, porque
allí iba mucha gente. Cuando llegó la hora de irnos, habíamos
conseguido bastantes monedas, que nos alcanzaría para comer bien un
par de días.
Mi
amo díjome que al día siguiente iríamos a comprar mucha comida, yo
me ilusioné, pero seguro que me quedaba sin nada. El ciego me
despertó y fuimos al mercado, compramos panes, vino, uñas de
vaca...
Llegamos
a casa y mi amo se apiadó de mí y me dio un pan, un vaso de vino y
una uña de vaca. Me puse demasiado contento.Y díjome el ciego:
-¡Lázaro,
aprovecha, que esta es una ocasión única!
Yo
estaba tan asombrado que no me salían las palabras. Esa noche
cenamos un banquete de lujo y después de comer muy agradecido le di
un abrazo a mi amo. Y le dije:
-¡Amo,
muchas gracias!
Y
díjome él: -¡Ay muchacho...!
Esa
noche no dormí mucho, ya que estaba pensando en ir a ver a la rana,
y si la encontraba cómo cambiaría mi suerte...
A
la mañana siguiente me desperté temprano para ir a la Universidad.
Corrí hacia allá, estuve buscando y buscando, hasta que me quedé
dormido apoyado en una piedra frente a la Universidad. Cuando
desperté, de pronto vi la rana. Yo me froté los ojos pensando que
era un sueño, pero no, era verdad. Me puse tan contento que de un
salto me levanté del suelo, y me fui corriendo hacia mi casa y me
acosté sin decir nada.
Al
cabo de varios días mi suerte no había cambiado y empecé a
preocuparme. Mi amo me mandó al mercado a comprar y vi a un mozo
negro que estaba pidiendo en una iglesia. Acerquéme y vi que era mi
hermanastro. Corrí hacia él; pero, como él era muy pequeño cuando
yo me fui, no se acordaba de mí. Salió corriendo y yo lo perseguí
hasta alcanzarlo. Me senté junto a él y le estuve explicando que yo
era su hermano; él, aunque no me recordara muy bien, sabía que
tenía un hermano mayor.
Yo
le pregunté por mi madre y él díjome con lágrimas en los ojos que
nuestra madre había fallecido hacía dos meses, porque estaba
enferma de la peste, y no tenían dineros para pagar los
medicamentos.
Perdone
Vuestra Merced por lo que voy a contar ahora: me llevé a mi hermano
a casa del ciego, entramos sin que se diera cuenta y nos fuimos a la
cama. Cuando el ciego se dormía yo y mi hermano le quitábamos parte
de la comida. Así estuvimos tres semanas, hasta que el ciego una
noche se despertó y, mientras yo cogía la comida del armario, mi
hermano se tropezó con el ciego y este, creyendo que era yo, le fue
a pegar. Yo no podía consentir que le pegara a mi hermano y cogí el
taburete en el que estaba yo subido y se lo tiré a la cabeza. Mi amo
quedó inconsciente tirado en el suelo. Nosotros, asustados, cogimos
sus ahorros y toda la comida, espantados salimos corriendo.
Estuvimos
caminando de día y noche hasta que llegamos al Puente Romano, el
cual decidimos cruzar en busca de nuevas experiencias...
_________________________________________________________________________________
ESCENAS
DEL LAZARILLO.
Pues
sepa Vuestra Merced, que un día estando yo con este mi amo, el
ciego, fuimos a pedir limosna, como hacíamos a menudo desde que
estoy con él, a las puertas de la Catedral Vieja.
La
gente pasaba y nos echaban alguna moneda que otra. Al ver que algunos
echaban más de una, yo me quise vengar del ciego por todos los
tolondrones que me había llevado, y cogía la mitad de lo que cada
persona arrojaba. Ansí acabé con una laceria, pero lo suficiente
para alimentarme.
Y
luego otro día hice lo mismo, y como vía que el ciego no se daba
cuenta de mi treta, estuve ansí casi una semana.
Este
empezó a sospechar cuando me dijo:
-¡Mochacho!,
hoy no vamos a comer, puesto que me estoy dando cuenta de que cada
vez la gente nos da menos dinero.
Yo,
al haber estado bien alimentado durante esa semana, no le repliqué
la decisión que tomó.
Pasados
unos días sin haber probado bocado, y sin haberme quejado yo de
esto, el ciego me dijo:
-¿Cómo
es que hemos estado sin comer una semana y tú no has replicado esta
mi decisión?
-Tío,
desde que nací, vivo vezado a no comer mucho.
En
ese momento me dio tal tolondrón que se me cayeron las monedas de la
limosna por contadero.
Dende
en adelante, el ciego me encerraba en una alcoba cuando él se iba a
pedir limosna, y allende de esto, me tuvo muchas más semanas sin
probar bocado.
Trabajo
realizado por:
Carmen
Calzado Esparcia
Ángela
Martínez Puig
María
Barragán Muñoz
_________________________________________________________________________________
LA
ESCUELA DE LA VIDA.
Andaba
yo con mi amo por Salamanca intentando buscar algún alma caritativa que nos
diera una limosna. En esto que pasamos delante de un edificio que me pareció
una posada gigantesca. Tratando de conseguir alguna respuesta, pregunté:
-Tío, ¿qué es aquesta casona?-
pregunté, sin parar de mirarla.
-Ja, ja , ja,- rio mucho
la broma el burlón ciego- Lázaro, esto es la Universidad de Salamanca.
Yo,
que nunca había oído esa palabra, me quedé atónito. Sin embargo, presto me
llegó el recuerdo de mi madre, cuando en una larga lista de ocasiones le había
oído exclamar y rogar a Dios que ojalá su desdichado hijo pudiera llegar frente
donde agora me encuentro y entrar por esas puertas, cual caudillo militar entra
en el baluarte que su ejército acaba de tomar, y salir siendo un erudito lleno
de sabiduría. Aconteció entonces que mi amo me dijo:
-Lázaro, si estás tramando
entrar, ten esto por cierto, no importa cómo de astuto, sagaz, inteligente o
estudioso seas; si no procedes de una familia renombrada o adinerada, no te aceptarán.
Aquello
que me dijo me hizo desistir aún más en mi idea de ascender en el escalafón
social. Como si mi cara fuera un libro abierto, el ciego leyó mi pensamiento y
me explicó:
-Ten por verdad que allí
nobles y clérigos dicen estar en esa universidad por ser sabios, pero mienten
como bellacos; están ahí porque su dinero o sus contactos les han conseguido un
lugar. ¿Quieres saber dónde están los verdaderos eruditos del conocimiento?
Maravillado
por la labia que caracterizaba al ciego, absorto le dije que sí, a lo que él me
señaló las calles que había justo enfrente y prosiguió:
-Estos son aquellos de los
que te hablo: ladrones, prostitutas, timadores y todo tipo de embaucadores.
Todos ellos tienen la llave del mayor y mejor conocimiento. Graba esto en tu
mente como si de un hierro candente se tratase: no hay mejor escuela que la de
la calle. Gente que no sabe ni contar, son más expertos timadores y manejadores
de dinero que cualquier banquero. Gente que no sabe ni leer y con hermosa
palabra seduce a su víctima como un locuaz poeta. Esta frase es uno mis legados
para ti, sobrino; junto con esta: no encontrarás mejor maestro que la
necesidad, ni mejor discípulo que el necesitado.
Tras
esto, reflexioné profundamente. Mi amo que me vio incrédulo, me invitó a
sentarnos y observar, a la vez que mendigábamos. Y la verdad es que, por cada
estudiante que veía salir, acechaba alguien que le quería despojar de su oro.
El ciego me dijo que me fijara y aprendiera, pues algún día debería valerme por
mí mismo y que esta era ocasión de aprender sobre el arte de la pillería y la
picaresca. No cuento más, que incluso mi amo se aventuró a hacerse con algunas
monedas. Gracias a sus trucos tuvimos dinero para poder hacer noche en una
buena posada y dar una alegría a nuestros correosos cuerpos. Yo, que aún no me
había recuperado bien, traté de alejarme del infernal vino, aunque el ciego
también contribuyó dejando fuera de mi alcance ese delicioso néctar.
Por
Jaime Calzado y Pablo Navarrete 3ºESO-B
______________________________________________________
La venganza ciega.
-…¡Oh, gran Dios, quién estuviera aquella hora
sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que,
si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre
sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la
cara y rascuñado el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su
maldad me venían tantas persecuciones.
Harto de sus burlas, mucho
tiempo dediqué a pensar en cómo podría dañarle a él, y hallé la oportunidad un
día.
Vendiendo sus oraciones
estábamos mi amo y yo en la puerta del Convento de San Esteban. Una vez acabado
el rezo y la gente estaba dispersa, díjome el ciego:
-Lázaro, busquemos de qué beber, que el vino ya está
acabado.
Asín, guíole yo pasando por el Convento de las Dueñas
y la Casa de las Conchas hasta dejar la cuidad bien atrás, cerca del campo. Vi
yo a un hombre que cuidaba de su ganado y pregúntole que si algo de beber
podría proporcionarnos. Ofrecióme la res de la que yo más gustase. Divisé una
alejada del resto, vieja ya, y me percaté de que era ciega, que de mi amo ciego
bien había aprendido a reconocer a los que sufren del mismo mal. Dígole a mi
amo:
-Amo, buena res es aquella para tomarle leche.
-Guíame, Lázaro, que ya la tomaré yo.
Acerqué al ciego a la ciega vaca y, a una corta
distancia, dígole:
-Avance, amo, que la res apacienta tranquila.
Quedéme yo a prudente
distancia y observé cómo el triste ciego acercóse a la vaca, con su mudo paso,
que yo todo lo había calculado. En cuanto una mano hubo puesto encima del
animal, la nerviosa res ciega encabritóse golpeando a mi amo de tal manera que,
si el ganadero no se hubiese acercado a calmar a la res, dudo que mi amo
hubiese podido contar la historia.
Trabajo
realizado por:
Mª
Ángeles Pérez Sánchez
Azahara
Bermúdez Avilés
Eduardo
Sequera Expósito
Antonio
Girón Rodríguez
________________________________________________________________________
Lázaro y los panes.
Un día encaminábamos hacia la Casa de las Conchas
para pedir limosna por rezos, cuando vi que el fardel donde guardaba los panes
iba rompiéndose. Empezaban a caer algunos trozos de pan, que yo comía lo mas
rápido posible. Pero el ciego notaba la falta de peso por lo que, cuando caía pan, yo le echaba piedras;
debido a ello el fardel empezó a llenarse y el ciego dejaba de notar la falta
de peso. Cuando vi que no quedaban panes empecé a preocuparme porque la paliza
que me daría, sería inevitable.
Pensé cómo evitar esa paliza
cuando me vi al lado de un arroyo con dos tablas que hacían de puente. Tuve la
idea de rajar el fardel, dejar caer las piedras en el arroyo y decir que se
habían caído los panes en el agua; y así lo hice. Mi amo se había dado cuenta
desde hacía rato de que en vez de panes había piedras, así que cuando se rompió
el fardel me mandó a buscar los panes en el río. Estuve metido en el río hasta
la noche buscando los inexistentes panes y cuando me volví al ciego me dijo:
-¿Lázaro, dónde están los panes, los has encontrado?.
Yo le contesté:
-No los encontré. Al responderle, diome tal tortazo
que saltóme tres dientes y me dijo:
-Lázaro, necio, me di cuenta desde el primer pan que
se cayó. Así que, además de los dientes que ya nunca ocuparán su lugar, cogí un
gran resfriado y estuve en cama una semana. Cuando me recuperé, el ciego me
mandó a pedir limosna hasta conseguir todos y cada uno de los panes.
Realizado por:
Borja Crespo Torres
Miguel Benítez Margiotta
Alberto Calzado Martínez
_________________________________________________________________________________
Lázaro y el fardel.
Para que vea vuestra Merced a cuánto se extendió el ingenio
de este astuto ciego contaré un caso de los muchos que con él me sucedieron,
con el que vino a demostrar su gran astucia.
Una mañana estando con mi amo en la Catedral, como era
habitual, él con sus oraciones y yo ayudándole, dado que ese día como era
normal tenía demasiada hambre, decidí pedirle algunos reales para ir al
mercado; como de costumbre, el astuto no se fio de mí. Yo, al ver que me iba a
quedar sin comer un día más, decidí ir a pedir limosnas por el mercado. Me fue
muy bien porque recaudé unos pedazos de pan y algunas longanizas. Ese día pude
pasarlo bien. Entonces, como veía que eso de ir pidiendo por el mercado me iba
demasiado bien, decidí ir haciéndolo todos los días, pero para ir guardando la
comida compréme yo un fardel , con las enteras que le cambiaba al ciego.
Un día que estábamos en el puente tomando el almuerzo, yo comiendo de
fruto de mi ingenio, y además de las sobras que me daba mi amo, al terminar
cogimos cada uno su fardel y empezamos a caminar por la ciudad, durante todo el
día. Cuando llegó la noche y decidimos parar para cenar, cada uno abrió su
fardel; pero maldigo el día en el que decidí comprarme el fardel, pues esa
noche el ciego cuando empezó a sacar sus cosas notó que había muchas más y
diferentes. Este, que ya sabía que yo lo había engañado, pegóme con el fardel
hasta que sentíme el alma destrozada. Y así, sepa Vuestra Merced, salí de esta
situación.
Realizado por:
María Pérez Quirós
Andrea Rodríguez Solana
María Rodríguez Solana
Isabel Corral Serrano
_________________________________________________________________________________
Lázaro y las monedas.
Seguía con el ciego, como me pasaba antes, pasaba mucha hambre,
ya que el ciego no tenía mucho dinero.
Un día el ciego decidió ir a Santa María de la Sede (iglesia de Salamanca),
para conseguir algo de dinero, pues no teníamos nada con que comer.
El ciego obtuvo unas cuantas monedas, las suficientes como para ir tirando
durante unos días; decidió guardarlas en un lugar seguro y así lo hizo, pues
las introdujo en un pequeño armario que tenía al lado de su cama. Como aún no
estaba seguro decidió cerrar el armario con una llave, que la guardó en un
tarro que tenía encima de la mesa.
Mientras, yo seguía pasando hambre, día tras día pedía comida
al ciego, pero me daba muy poco. Rompí sin querer un tarro que se encontraba
encima de la mesa, de ese tarro salió una llave plateada, preguntábame de dónde
sería esa llave. El ciego no se dio cuenta de que el tarro se había roto, y de
que la llave había desaparecido. Busqué por toda la casa de dónde podría ser
esa llave, hasta que entré en la habitación del ciego, y di con un pequeño
armario marrón, con la madera muy desgastada.
En ese momento entró el ciego en la habitación, intenté hacer el mínimo ruido
para que no se diera cuenta de que estaba allí, pero el muy astuto notó mi
presencia. Yo estaba asustado pero él, aun sabiendo que me encontraba en la
habitación, no dijo nada.
Me fui de la habitación, aún tenía la llave en la mano. Decidí probar la llave
cuando el ciego estuviese dormido, y es lo que hice, al caer la noche, entré en
la habitación, metí la llave, abrí la puerta del armario con mucho cuidado ya
que el ciego podría despertarse en cualquier momento. Al abrir el armario
encontré un pequeño saco con monedas, pensábame si cogerlas o dejarlas ahí,
para que el ciego no se enfadase, pero al final decidí cogerlas. Muy contento
con mi préstamo me fui al mercado para comprar algo de comida, al llegar a la
casa encontréme con el ciego, y díjome que de dónde venía, le dije que fui a
buscar algo de comida, pero que no encontré nada.
Ya no le pedía de comer al ciego, esto le extrañaba mucho. El ciego fue al
armario donde tenía la bolsa con las monedas, la llave no se encontraba en el
tarro, el tarro no estaba en la mesa, y el armario estaba abierto. El ciego
solo sospechaba de mí, porque en la casa no entraba nadie, sólo nosotros. Fue
tal su insistencia que finalmente hube de confesarle mi falta. Él, tan astuto y
listo como era, no decidió vengarse; me echó de la casa, dejándome en la calle
y abandonándome a mi suerte porque “fortuna como la mía no quería bajo su
techo”.
Trabajo realizado por: Andrea Hoyo García y Yolanda Soriano
Sabuquillo. 3º ESO C.
_________________________________________________________________________________
LA BESTIA.
Un día, encontramos una
bestia, prácticamente muerta de hambre. La alimentamos durante una semana.
Cuando ya tenía mejor aspecto, un maestro cantero nos salió al camino y, al ver
que nuestra bestia estaba en buena forma y parecía fuerte, nos propuso que nos
entregaría dos barriles de vino si trabajábamos durante media jornada
acarreando piedras hasta el pueblo, donde se tenía prevista la construcción de
casas para nobles. El ciego, ¡cómo no!, aceptó.
La cantera se encontraba a
un kilómetro y medio del pueblo, lo cual suponía una hora y media en cada
trayecto. Pensé que era un trabajo cansado, pero los barriles de vino bien
merecían el esfuerzo.
-No te subas al carro –decía el ciego al muchacho-,
que bastante tiene el animal con las piedras.
Yo no hice caso alguno. El
ciego, que sospechaba que había estado montado en cada trayecto, ya que sólo
oía sus propios pasos y las fuertes patas de la bestia, prometió no darme ni
una sola gota de vino.
-Este vino no catarás, muchacho -decía el ciego.
En un arrebato de rabia,
derramé el vino por el suelo.
-Siento un líquido por mis pies, Lázaro. ¿Me dices qué
es, pues? –preguntó, algo escamado.
-Es sangre de cerdo –mentí–, acaba de pasar un carro
que cargaba cuatro de ellos, recién acabada la matanza.
El ciego, que sabía
perfectamente que aquella sustancia olía como él bien conocía, golpeó a Lázaro
en la cabeza con el puño.
-¡Que aquesta te sirva de lección, necio! -respondió
el sagaz ciego.
Realizado por:
Emilio Gallardo, Alejandro Mena y Alberto Girón. 3º E.S.O - C
________________________________________________________________________
Lázaro y las
manzanas.
Os
contaré otro de los capítulos de mi vida que olvidé contar. Pues un mal día,
llegaba la noche y no había comido nada desde por la mañana, y anduve y anduve
desesperado hasta que, sorprendentemente, encontré un manzano, cargado de ricas
y apetitosas manzanas, no me pude resistir… pues su pinta era increíblemente
tentadora. El problema que había era que estaba dentro de un cercado, en un
jardín cuyo dueño tenía pinta de adinerado. Pensé yo que por una manzana, no
iba a pasarme nada… Dicho y hecho, me salté la valla y sigilosamente robé dos
manzanas, tuve que pensar en mi amo. Pero cuando creía que iba a salirme con la
mía sentí los ladridos de un perro, y no me quedó otra que correr, y logré
escapar, pero fue una de las veces en mi vida que más miedo pasé.
Trabajo realizado por:
Virginia García Torralbo
Nazaret Rubiejo Pérez
_________________________________________________________________________________
LÁZARO
Y LAS FRESAS PICANTES.
Un
día mi amo y yo llegamos a la Plaza de Salamanca, donde se celebraba
el mercado, mandome mi amo con un real falso para comprar viandas.
Tomé yo el real y acerqueme al puesto de carne, mi amo mientras se
aposentó en la esquina pidiendo limosna, acerqueme yo al puesto de
frutas para aprovechar que la moza y el ciego estaban distraídos con
el fin de asir unas cuantas fresas y dar cuenta de ellas a escondidas
sin que se percataran. Luego fui al puesto de carne para comprar una
costilla con mi real falso para que no sospechara.
Viendo
mi amo, el ciego, que la gente se preocupaba por él y le daban
dinero, decidió repetirlo varias veces más. Yo, cada día que
íbamos, aprovechaba para robar fresas, fruta por la que sentía
verdadera pasión; en el fondo, mi amo sospechaba porque veía que
cada día que pasaba tenía menos hambre, y que iba al mercado
gozoso. Entonces este decidió ponerme una trampa y convenció a unos
mozos con el poco dinero que iba ganando de las limosnas para que me
espiasen y viesen lo que hacía cada día.
Los
mozos observaron que yo robaba comida y dijéronselo al ciego. Mi
amo, al ver que robaba y que no le convidaba ni le daba un gramo,
decidió darme un merecido, que fue el que paso a relatar.
Al
día siguiente me dijo que hasta dentro de tres o cuatro jornadas más
no iríamos al mercado porque decía que la gente ya estaba
sospechando, yo como iluso le di la razón. Pero el ciego aprovechó
la madrugada y se fue a avisar a la moza y decírselo mientras estaba
yo dormido. Cuando me levanté, habíame dejado mi amo razón de que
se había ido a resolver un trabajo; yo sospeché pero quedéme en la
casa para registrar y ver si había algo de comer, aprovechando su
ausencia.
El
ciego, mientras hablaba con la moza, le contó lo sucedido y tramaron
una solución, que fue que la moza le pondría una poción a las
fresas para que me picase todo el cuerpo. A los tres días fuimos al
Mercado y el ciego, preparado en su puesto, le hizo una señal a la
moza para que echara la poción a las fresas. Yo fui a por las fresas
como siempre, y me las comí sin que mi amo se percatara, como
siempre; pero de vuelta a mi casa entróme mucho picor, se lo dije a
mi amo; él empezó a reír y yo no sabía de qué se reía, me
encontraba muy enfermo y me dijo sonriéndose en alto:
-¡NECIO,
QUE SOY CIEGO PERO NO TONTO; APRENDE LA LECCIÓN Y, SI ROBAS ALGO,
APRENDE A COMPARTIR!
REALIZADO
POR:
ANDREA
GONZÁLEZ LÓPEZ.
ALBA
ROMERO RUBIO.
ELENA
GALASO FERRO.
3º
E.S.O – BILINGÜE
PROFESORA:
CONCEPCIÓN
BELLIDO.
______________________________________________________
Lázaro y la Torre del
Clavero
Estando yo con el ciego, díjome de
subir a la Torre del Clavero. Yo no comprendía por qué quería
subir, si lo único que se puede hacer allí arriba es mirar al
horizonte. Extrañado, le pregunté por el motivo de tal decisión y,
sin decir nada siguió, esperando que lo llevase hasta la cima.
Estaba pensando más en
terminar de subir a aquella torre, que en el hambre que tenía;
cuando llegamos arriba comprendí. Soplaba una perfecta brisa y el
olor a flores hacía sentirte mejor. Aunque allí se estaba bien, no
podía quitarme de la cabeza todas aquellas tretas que el ciego me
había hecho y en ese momento se me ocurrió la fantástica idea de
devolvérselas todas juntas.
Me escondí tras un
muro, aunque no sé por qué tantas molestias para un ciego. Este,
percatándose de mi treta, se esperó pegado a la pared antes de la
bajada de escaleras. Yo, desde donde estaba, no lo podía ver y fui
para abajo. Cuando me disponía a bajar, oyóme él bajar y empujóme
por detrás; me tropecé y caí rodando por las escaleras hasta que
llegué a la parte inferior de la torre. El ciego bajó rápidamente,
aunque sin ver dónde pisaba. Yo no podía ni levantarme, halléme
ensangrentado por todas partes y lamentéme de lo ocurrido.
- No intentes
engañarme más, insolente.- díjome el ciego.
Yo me quedé callado y
salimos de la torre sin mencionar una palabra de lo hecho.
Trabajo realizado por:
Rafael Cubero Roldán
Sergio Martínez Ruiz
Jorge Ortega Solana
Jose Ángel Rodríguez Martínez
_________________________________________________________________________________
El
astuto ciego.
Pues
sepa Vuestra Merced que fuimos el ciego y yo un domingo a la
Universidad de Salamanca, donde algunos profesores vivían dentro de
la Universidad y todos eran adinerados. Pidiendo comida, nos dieron
cuatro libras de pan, una morcilla y medio chorizo. El ciego llevaba
en la cesta la comida, y para que no se la quitasen, la tapó con un
trozo de metal. Como los dos últimos días el ciego no me dio de
comer, yo tenía muchísima hambre, por lo que intenté robarle la
comida. Le hice una raja en un lado de la cesta, por mi descuido,
tiré toda la comida al suelo y se llenó de tierra. La recogí
corriendo sin que el ciego se diese cuenta, pero para mi desgracia,
el ciego escuchó la comida al caerse de la cesta. Él no dijo nada
hasta que llegamos a casa. Yo creía que no se había dado cuenta,
pero cuando fue a coger la comida de la cesta me preguntó que dónde
estaba, pero yo le dije que no lo sabía, y de paso yo me quedaría
con toda la comida.
El
ciego, que ya lo sabía, me dijo que se había dado cuenta desde el
principio, por lo que me aseguró que nunca más confiaría en mí.
Después de todo esto, estuvo toda la noche pegándome por mi mal
acto.
Creado
por: Alberto
Montoro Martos
Enrique Sáez Haupter
José Luís Aguilar Arnés
Pedro Jesús Sutil Perea
___________________________________________________________________